martes, 1 de abril de 2008

BOLA TRES

La sangre comenzó a salir, me empecé a preocupar. La luz del semáforo no me permitía avanzar. Gritaba que era una urgencia que me dejaran pasar, pero el camión de los bomberos no se movía. Por la radio sonaba la canción más famosa de Chris De Burgh, esa que termina diciendo “I love you”. Había una marcha, mucha gente portando banderas del partido comunista, creo que recordaban algún mártir. Pensé en Mao, sus enseñanzas, su libro. En el asiento de atrás estaba mi novia, tenía una bola de pool trancada en la boca. Me bajé del auto, sentía que estaba en un planeta lejano, tal vez Marte. En determinado momento se prendió la sirena del camión, el ruido era ensordecedor. Entré en el baño de un bar, me puse la capa y fui volando hasta el auto. Iba tan rápido que me comí un cartel de PARE. Cuando llegué por fin al Ferrari, un modelo idéntico al de la serie Mágnum, Luisa me miraba desesperada. La tomé entre mis brazos y salí corriendo para el hospital con tanta mala suerte que pisé un tomate y resbalamos por debajo del camión hasta el centro mismo de la marcha. Nos vieron y comenzaron a insultarnos y a golpearnos con sus banderas, creían que éramos la encarnación del Diablo, por suerte la capa amortiguó muchos de los golpes. Decidí saltar con todas mis fuerzas para poder salir de esa situación, lo logré en parte, porque nos dimos contra el balcón de un primer piso, en ese momento vi caer de la boca de mi novia la bola. “Estás en pedo” dijo o gritó, “no hacés ni una bien” seguía, y en ese momento se dio cuenta que estaba liberada, tenía la cara bastante hinchada pero ya podía hablar. La invité a cenar a una parrillada, ella pidió como siempre un entrecot bien jugoso. Yo tomé unos sorbitos de un clarete de la casa y empecé a explicarle que me había puesto nervioso, el estrés me había jugado una mala pasada. Ella miró para otro lado, y sin atender mis explicaciones se culpó así misma por haber aceptado jugar al pool conmigo, sentí que tenía tarjeta amarilla y que estaba apunto de venir la otra. Durante el postre le pedí una segunda oportunidad, mientras ella comía sus frutillas con crema yo me devanaba los sesos por encontrar esa palabra que la hiciera ceder. Le hablé de mis encendidas pasiones pero no hubo caso. Ella mirando la parrilla incandescente me dijo “me tienen harta los tipos que se vienen de superhéroes”. No puedo decir que me haya roto el corazón. Con mi vista de rayos láser, a veces le hago sentir de lejos mi calor.