viernes, 4 de abril de 2008

SUEÑO TROPICAL

Mauricio es arquitecto, usa una camisa con motivos selváticos. Puede verse en su estampado una flora absolutamente identificable con un país tropical. Tiene unas botas altas con muy buena suela ideales para un territorio con mucha humedad y vegetación. Lleva puestos pantalones con bolsillos a los costados de las piernas y en bombilla hacia los tobillos, combinan muy bien con el resto del atuendo y todo el conjunto lo deja absolutamente preparado para una travesía por el Amazonas o algo así. Sin embargo me parece que Mauricio no sabría ni como enfrentarse a un mosquito en la selva. Él está hecho para lidiar con edificios, con humedades, con problemas estructurales de construcción, con debates en torno al urbanismo y el medio ambiente. Tal vez este último sea el único terreno en el cual haya una ventana que pueda comunicar su vida con la naturaleza. Creo en todo caso que es una ventana muy estrecha por la cual jamás pasaría Mauricio, ni siquiera se animaría a echar un vistazo, mucho menos abrirla y dejar entrar el canto de los pájaros, el rugido de las bestias, la fragancia inconfundible de la creación. De ninguna manera, él se viste haciendo una especie de reconocimiento del mundo al que no pertenece, porque decidió respetarlo en su pureza, porque nunca será vejado por el dibujo simétrico, fluorescente de su Autocad. Además está muy cómodo en su jardín tropical, cuida sus flores exóticas en un invernadero que es su otra pasión. Mauricio es ambientalista. Trata de equilibrar su profesión con el movimiento ecologista, no siempre lo logra satisfactoriamente. Más de una vez estuvieron a punto de echarlo de ambos lugares, y eso que se devana los sesos tratando de respetar bosques autóctonos sin perder clientes. Lo que sucede es que los gobiernos no siempre apoyan este tipo de movimientos, y se muestran más próximos de los inversionistas inescrupulosos, que de las personas que intentan cuidar los espacios naturales. Es muy común que se lleven por delante cualquier ley ecologista con tal de que se realice la obra lo más pronto posible. Inmediatamente sale en los diarios e informativos el “nuevo impulso” o la “verdadera activación” de la industria nacional, sin importar los costos ambientales. Este es el momento en que Mauricio recorre el caminito empedrado que conecta su casita con el invernadero. Comienza de a poco a sentir la cercanía de la clorofila. Abre la puertita y sus retinas se llenan de colores, inhala profundamente. Busca entre la maleza, su vista recorre cada hoja, roza con la punta de los dedos los pétalos, hasta que encuentra la pequeña gruta y el altar, se arrodilla. Levanta la cabeza y lo mira, a pesar de que los hongos han tomado parte del retrato del doctor Rodolfo Talice. Alguna arruga, sus bigotes blancos, los ojos, tal vez un poco aceitunados por el musgo pero siempre brillantes. Le reza pidiéndole fuerza en este momento de confusión, cuando se desespera lo increpa por haberlo dejado sólo y abandonado, hasta que por fin derrama lágrimas; la foto (blanco y negro) muestra al doctor Talice con los brazos abiertos y en expresión de circunstancia.