viernes, 20 de junio de 2008

DEJA VU

Caminaba y encontré una posibilidad de moverme de tal modo que me hacía recordar una manera de andar que creía había desaparecido. Ubiqué lugares que podía volver a recorrer suspirando, sintiendo que estaba todo por hacer. Me tropecé con un par de voces. La primera no paró de hablar hasta que me arrodillé para sacarme las medias. Después pude volver a caminar más aliviado. La otra me dijo que me dolían las piernas, que me sentara un rato. Doblé la esquina y empecé a bajar. La tarde se iba, tenía ganas de redoblar la apuesta. Llegué a la rambla, soplaba el viento entre mis piernas. Opté por sacarme los zapatos para pisar la arena. De lejos veía la estructura de un barco, me acerqué. Debe tener años encallado ahí. Se veía la quilla enterrada en la arena y algunos restos cubiertos de espuma. Aproveché la soledad para sacarme la ropa, colgaba mis cosas en las partes que no mojaba el agua. Me acosté a escuchar el frío que había. Al principio creí que estaba exagerando. Me acurruqué contra la quilla del lado que venía el viento, pero apenas logré taparme la cara. Ahí se me ocurrió hacer un pozo y cobijarme en la arena, tapado hasta el mentón esperé a que en el cielo alguien descubriera una estrella. La espalda me avisó que el colchón se estaba humedeciendo, le dije que era la marea. En la cola un bichito se secaba las patas, un lunar me lo advertía. Le dije que no podía saltar en ese momento, que el frío ya estaba a los gritos, que se hicieran amigos. Me explicó que el bichito tenía un aguijón. Yo le di a entender que tal vez no lo sabía usar, que intentara nombrarlo. Al principio me sugirió decirle Che. Yo pensé que era un nombre muy revolucionario para un insecto. Qué te parece Chiquito, aventuró. Es un lindo nombre le dije, pero teniendo en cuenta que se me puede meter por el culo, ¿por qué no mejor algo que lo invitara decididamente a retirarse como por ejemplo Chau? Al final le quedó Che Chiquito Chau, un nombre heroico (para que no se ofenda), otro que no asustaba a mi esfínter y un tercero que aguardaba de su parte un movimiento de firme retirada. Sin embargo cuando mi boca pronunció su nombre completo el bicho emergió de la arena, me miró con algo más que entrega y menos que angustia y empezó a tragarse el aguijón. Al principio lentamente hasta que fue quedando la mitad, y ya el pobre no tenía fuerza para seguir tragando. Después me volvió a mirar y ahí sí creo que logré entender lo que decía: “hijo de puta” y expiró como una estrella fugaz.